7 diciembre 2023
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La moda tiene sed de cambio: Dirigir la industria hacia la sostenibilidad del agua.
El agua es la esencia de la vida, símbolo de pureza e indispensable para toda vida en la Tierra. Cada célula de la Tierra está rodeada por una membrana, de la que el agua es fundamental para proporcionar una estructura, una forma de existencia. El agua es un cambiaformas, un ser inteligente que se comunica a través de su transformación física, que la investigadora Veda Austin ha documentado con fotografía macroscópica durante la última década.
Considerar el mundo natural como seres sensibles individuales, incluidos ríos, lagos y tierras, ha proporcionado la base y el marco para tender un puente entre el conocimiento indígena, los sistemas jurídicos occidentales y la descolonización. Desde el río Amazonas hasta el Whanganui de Nueva Zelanda, pasando por el Mutuhekau Shipu (o río Urraca) de Canadá y el río Klamath de Estados Unidos, las masas de agua han recibido derechos legales y se les ha concedido la condición de personas, basándose en que los antepasados de los pueblos indígenas están integrados en el paisaje. Definir legalmente un derecho inherente a vivir y prosperar cuestiona las estructuras extractivas y contaminantes de la industria de la moda.
En el Día Mundial del Agua de este año, el 22 de marzo, mientras el mundo centra su atención en el papel indispensable del agua dulce como fuente de vida y como ser en sí misma, se despliega una nueva narrativa que entrelaza los vibrantes tapices de la industria de la moda con la sombra multicolor y tóxica que su producción proyecta sobre los recursos hídricos del planeta. El año pasado, los científicos descubrieron que la sed insaciable de la humanidad y su dominio sobre las reservas de agua dulce de la Tierra habían provocado un desplazamiento del eje terrestre. La extracción y el drenaje excesivos de aguas subterráneas, observados sobre todo en el noroeste de la India y el oeste de Estados Unidos, han desplazado los polos de la Tierra, lo que constituye otro ejemplo dramático de la influencia humana en nuestro planeta y subraya el profundo deber que tenemos de cuidarlo. Como dice el refrán, un gran poder conlleva una gran responsabilidad.
Aprovechar el agua para la paz hace algo más que celebrar la esencia del agua: pone de manifiesto los conflictos inherentes que aumentan en todo el mundo, a menudo provocados por el agua, su disponibilidad y su instrumentalización. Además, pone de relieve las industrias que influyen significativamente en la pureza y disponibilidad de nuestra agua. Entre ellas, el mundo de la moda emerge como protagonista destacado de la contaminación del agua y, por tanto, de su escasez, tejiendo una compleja historia de belleza, consumo y consecuencias. Con ríos cargados de productos químicos que corren negros y rojos por Bangladesh y China, desplazando en consecuencia a las comunidades, nuestras lentes objetivas y marcos jurídicos no se han replanteado adecuadamente.
El Informe de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos en el Mundo de 2023 dio la voz de alarma sobre la amenaza inminente de una crisis mundial del agua, señalando que casi el 30% de la población mundial sufre escasez de agua. Además, preveía que para 2050 casi 3.000 millones de personas que viven en ciudades podrían verse afectadas por sequías prolongadas. Un dilema global requiere una cooperación global, y la industria de la moda, con todas sus innovaciones productivas y sus poderosas corporaciones, puede liderar la carga.
La industria de la moda rápida es una voraz consumidora de agua, 79 billones de litros de agua al año para ser exactos, y una importante contaminadora responsable de un asombroso 20% de la contaminación industrial del agua. Se prevé que el consumo de prendas de vestir aumente un 63% hasta alcanzar los 102 millones de toneladas en 2030, por lo que el tiempo corre más deprisa que nunca.
Los colores vivos suelen tener un coste: los procesos químicos de teñido son algunos de los más contaminantes, responsables del 3% de las emisiones mundiales de CO2, una cifra que superará el 10% en 2050. El Banco Mundial ha identificado 72 colores tóxicos que proceden exclusivamente del teñido textil. Lo que en un principio parecen cifras pinta un panorama calamitoso, que fluye hacia las aguas de los países que lideran la industria del tinte, como China, Bangladesh, Tailandia e Indonesia, donde la falta de normativas estrictas y la presión de los precios colorean sus cursos de agua con las vibrantes pero mortales aguas residuales de estos procesos. Estos vertidos tóxicos, una mezcla de carcinógenos como colorantes azoicos, sales, productos químicos para siempre y metales pesados, no sólo causan profundas cicatrices medioambientales, sino que también destruyen fuentes vitales de agua potable.
La huella azul de la moda es colosal, con un consumo anual suficiente para llenar 37 millones de piscinas olímpicas. La búsqueda de los vaqueros azules perfectos, que requiere miles de litros de agua por par, y de los colores de moda de la temporada, rápidamente desfasados, exige un arsenal de productos químicos y tintes. El impacto de la moda rápida en la contaminación del agua exige un cambio de paradigma imposible de ignorar ante estas cifras e imágenes, casi demasiado grandiosas para imaginarlas.
La industria de la moda, armada con influencia, innovación y vastos recursos financieros, tiene las herramientas para defender la santidad del agua. Se le insta a adoptar la perspectiva de la persona, que considera el agua no sólo como una mercancía, sino como un socio indispensable. Este sentimiento encuentra eco en el proverbio maorí “Yo soy el río, el río soy yo”, que subraya la conexión esencial entre la humanidad y la naturaleza.
Este año se hace un llamamiento a la colaboración radical en un mundo marcado por numerosos conflictos y en el que sólo un puñado de naciones reconocen en su constitución el acceso al agua como un derecho humano fundamental. La historia de la contaminación del agua en la industria de la moda nos recuerda la interconexión de todas nuestras acciones y la salud de nuestro planeta. Cada elección de tinte y tejido se entreteje en el tapiz más amplio de nuestro futuro medioambiental. Los responsables de la toma de decisiones pueden promulgar nuevas formas de colaboración radical y de responsabilidad ampliada del productor (RAP).
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