11 abril 2024
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El periódico sueco Aftonbladet expone la iniciativa de H&M de recoger textiles
En el ámbito de la moda, la moda rápida ha surgido como una fuerza que remodela nuestros armarios a un ritmo asombroso. El encanto de los precios asequibles y las tendencias siempre cambiantes ha cautivado a consumidores de todo el mundo. Sin embargo, bajo esta fachada de comodidad se esconde un problema cada vez mayor: los residuos textiles. Desde el desierto de Atacama hasta las costas de Ghana, el auge de la moda rápida ha diezmado ecosistemas enteros. Es insondable cómo están interrelacionados y el alcance de sus consecuencias. Sin embargo, la carga medioambiental que suponen la eliminación y la producción de ropa también ha abierto la puerta a posibles soluciones.
Ya no es un fenómeno: La moda rápida como norma del sector
La moda rápida, caracterizada por su rápida producción de prendas baratas alineadas con las últimas tendencias, revolucionó la industria de la moda. Máquinas incansables, una mano de obra global y en gran medida mal pagada y un hambre efervescente de productividad y beneficios transformaron un bien de lujo en un producto desechable. Este enfoque ha provocado un aumento sin precedentes del consumo de ropa. La producción mundial se duplicó entre 2000 y 2014, superando la asombrosa cifra de 100.000 millones de prendas anuales. (Fuente: McKinsey & The Ellen MacArthur Foundation. The World Economic Forum & ShareCloth state that 150 billion garments are produced annually.)
Bajo el lustroso barniz de la rápida rotación de la moda rápida se esconde una realidad inquietante: los residuos textiles se han convertido en una crisis creciente. El ritmo vertiginoso de la industria, que incita a los consumidores a comprar y desechar ropa constantemente, ha generado unos residuos abrumadores. Según Fashion United, “El consumo de ropa ha crecido explosivamente en los últimos 20 años. Los consumidores de moda compran más de 80.000 millones de prendas nuevas cada año. Esto supone más de un 400% más de lo que consumíamos hace sólo dos décadas”.
Sólo en Estados Unidos, se calcula que cada año acaban en los vertederos 11,3 millones de toneladas de residuos textiles, equivalentes al 85% de todos los textiles. El anterior artículo de COSH se centraba en el infame vertedero textil de Dundora, en Kenia, cuyas desgarradoras imágenes han dado la vuelta al mundo.
La afluencia de ropa desechada que llega a Kenia procedente de fuentes mundiales también ha aumentado significativamente en los últimos años, de forma paralela a Ghana. Esto ha ascendido a 17 prendas al año por keniano, de las cuales hasta ocho son inservibles. Ambos países luchan contra el colonialismo occidental de los residuos, que ha alcanzado proporciones épicas.
La sobreproducción, que da lugar a un consumo desenfrenado, es inherente a los modelos de negocio rentables de los principales actores del sector. H&M, Bohoo y SHEIN son sólo algunos nombres de una lista cada vez mayor de gigantes. Si hay tanta sobreproducción, ¿qué ocurre con la ropa que no se vende? ¿Dónde acaban los textiles desechados que depositamos diligentemente en los numerosos contenedores que pueblan nuestras calles?
En el último escándalo tras un artículo de investigación del periódico sueco Boulevard Aftonbladet, se demostró que el programa de recogida de prendas de H&M es cualquier cosa menos circular. Desde 2013, H&M ofrece una colección de prendas en las tiendas, en un esfuerzo por unir los dos ámbitos contradictorios de la moda rápida y la sostenibilidad. Bajo el lema “Cerremos el círculo”, se recogen piezas de ropa, supuestamente recicladas, y se reducen los residuos textiles. H&M anuncia su iniciativa como “la mayor campaña de este tipo en el mundo”. La marca afirma que sólo en 2020 recogió 18.800 toneladas de ropa y textiles desechados mediante su iniciativa de recogida de ropa. Esto equivale a 94 millones de camisetas.
Ni el informe de sostenibilidad ni el sitio web de la marca revelan qué porcentaje de las 18.800 toneladas de prendas recogidas se recicla. Los últimos hallazgos de la investigación convierten la autoproclamada mayor campaña mundial de este tipo en un engaño, impresionante sólo en teoría. Mediante una comprobación de los papeles aduaneros de los socios comerciales de H&M, la investigación de Aftonbladet descubrió que los productos de H&M se encuentran entre las cinco etiquetas más comunes presentes en los residuos textiles que inundan las playas de Ghana. Se llegó a la conclusión de que la empresa exportó 314.000 kilos de productos textiles a Ghana sólo el año pasado. Esto equivale a cerca de un millón de prendas.
En un movimiento audaz y atrevido, el periódico rastreó varias prendas de H&M utilizando transmisores GPS para desentrañar su verdadero viaje. Entre estas prendas, dos chaquetas fueron seguidas hasta una empresa de reciclaje en Hungría. Sin embargo, una de las chaquetas se desvió del camino previsto y fue a parar a una empresa textil de la India. Otras prendas rastreadas llegaron hasta Polonia, Benín y Sudáfrica. El rastro digital desapareció abruptamente en el caso de tres piezas. Esto nos deja especulando sobre su desafortunado destino, probablemente perdido entre los océanos que cruzaron.
Las implicaciones de estos hallazgos son bastante decepcionantes. H&M asegura confiadamente a los consumidores que las empresas centradas en la sostenibilidad supervisarán diligentemente la gestión adecuada de todas las prendas recogidas. Sin embargo, la cruda realidad se presenta en marcado contraste. Ninguna de las prendas meticulosamente rastreadas permaneció dentro de las fronteras de Suecia, como se pretendía inicialmente. En su lugar, desaparecieron misteriosamente o fueron barridos por empresas textiles y de reciclaje con ánimo de lucro. Estas empresas exportan textiles usados a países como Ghana, Kenia y Uganda. Además, estas prendas recorrieron grandes distancias, superando los 1.000 kilómetros, dejando una huella de carbono indeleble que va mucho más allá de su producción
Como muchos otros países del Sur Global, Ghana se ha convertido en un vertedero de residuos textiles. Allí, la afluencia de ropa barata y de baja calidad, a menudo denominada “ropa de hombre blanco muerto” u “obroni wawu”, inunda los mercados locales y los puestos de ropa de segunda mano. Según la Fundación Or, alrededor del 40% de la ropa que circula por el comercio minorista de Kantamanto sale del mercado como desecho. El factor más crítico es que hay demasiada ropa. The Guardian afirma que en Katamanto se desechan diariamente hasta 100 toneladas de ropa. Esto ha convertido la antaño prístina laguna de Korle en un pozo mortal.
Las grandiosas promesas de sostenibilidad pregonadas por H&M no parecen ahora más que una hábil estratagema de marketing. Las prendas preparadas para marcar el comienzo de una era de economía circular se han embarcado en una desconcertante odisea que hace caso omiso de la responsabilidad medioambiental y muestra escasa consideración por los orígenes de los que surgieron. Las marcas que dominan el discurso, el complejo panorama de las infraestructuras y los fondos tienen el poder de convertirse en catalizadores del cambio, pero están fallando a la sociedad y al planeta.
En respuesta, los comerciantes africanos, los propietarios de puestos y los diseñadores locales están poniendo a prueba su ingenio, reutilizando y reparando camisetas, boxers y camisas rajadas procedentes de mercados como el de Katamanto. Desde la ugandesa Buzigahill hasta la ghanesa The Revival y la fundadora de Slum Studio, Sel Kofiga, los innovadores diseñadores africanos están convirtiendo los residuos textiles en creaciones artísticas. Están desentrañando las complejidades del colonialismo occidental de los residuos y devolviendo al Norte Global sus declaraciones políticamente cargadas de upcycling.
La historia de estas prendas rastreadas desvela una realidad aleccionadora: el verdadero impacto de la industria de la moda va mucho más allá de nuestros armarios. Las consecuencias se extienden por todo el ecosistema global, desde la explotación de recursos e individuos hasta la diezma de tierras lejanas. Es una llamada de atención que resuena en los pasillos de nuestra conciencia colectiva, instándonos a replantearnos nuestros hábitos de consumo y a adoptar un enfoque más responsable de la moda.
Como consumidores, tenemos el poder de dar forma al futuro de la moda. Podemos conducir a la industria hacia un camino más brillante y equitativo cuestionando, investigando y apoyando a las marcas que dan prioridad a la sostenibilidad y actúan conforme a sus promesas.
El viaje de estas prendas representa algo más que su trayectoria física; simboliza las decisiones que tomamos como individuos y el impacto que podemos lograr colectivamente. Es un recordatorio de que el verdadero cambio requiere no sólo la transformación de las prácticas de la industria, sino también un cambio fundamental en nuestra mentalidad de consumidores.
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